Se pierde lo que no se da

DAR es lo que me gustaría contando mi historia en memoria de aquellos familiares queridos que perdí a causa del cáncer.

Porque hubo un día que sentía tanto dolor y pesaba tanto, que hizo caer el platillo de la balanza y que se inclinara y viera lo que de ellos recibí: las mejores lecciones para afrontar, que no enfrentar, el cáncer cuando me tocó a mí.

El 11 de diciembre de 2007 recibimos juntos dos diagnósticos: el de mi padre y su hermano pequeño. Nunca olvidaré ese día y lo que sentí. Después de un largo fin de semana en el hospital, llegué a mi casa y, a solas, por fin pude dar rienda suelta a mis lágrimas contenidas. Lloré y lloré, creía que nunca iba a poder parar. En mi cabeza una pregunta “¿por qué?” “¿por qué?” Tiempo después obtuve una muy buena respuesta, dura pero que me trajo mucha paz “¿Y POR QUÉ NO?” A ello siguió la gratitud de pensar que nos ha tocado, sí, pero arriba de la escalera y no a nuestros niños. Fueron unos años duros, largos y difíciles que me hicieron sentir que me había subido a una montaña rusa, que al parar y bajar no sabía dónde estaba. A veces, aún lo siento.

Ellos me enseñaron: sí, tengo cáncer pero puedo y quiero seguir viviendo ¡AHORA!, a la enfermedad hay que dedicarle un tiempo, pero el justo, no todo tu tiempo; a seguir soñando y a tener metas, a más corto plazo, pero a tenerlas. Cuando terminó la radio, mi padre sembró, como cada año, su huerto, lo vio crecer, recogió sus frutos y disfrutó comiéndolos junto a nosotros. Mi tía quería conocer a su primer nieto y poderlo coger. Así fue, lo conoció, lo cogió y lo abrazó. Mi tío Manuel nos hizo comprender que tan importante es comer durante el tratamiento (detalle en que la familia insistimos mucho desde nuestro buen hacer) como dar un paseo por el campo, sentarte al fuego de la chimenea o salir aunque haga frío. Si lo haces desde el deseo es imposible que te siente mal y te resfríes, al contrario, recargarás energía.

Poco antes de recibir mi diagnóstico, yo había superado toda la rabia y había vuelto a tener esperanza, y hablaba con mis hermanas de ello. La pequeña de nosotros estaba aún muy enfadada y decepcionada, le intentaba hacer ver que nos podría volver a pasar ¿por qué no? Fuese quien fuese de nosotros estaría en todo su derecho a creer en los tratamientos, y como no, en la curación, al margen de nuestra historia familiar. Nunca hubiera pensado que sería yo.

Mi historia fue un poco atípica, porque nunca me vi ningún bulto, solo tenía un montón de síntomas: pérdida de peso de más de 10 kilos, cansancio extremo, sudores nocturnos y problemas con la regla. Me encontraba realmente mal. Pero las analíticas decían que estaba todo bien. Ese largo tiempo hasta ser diagnosticada fue para mí bastante duro. Solo me daban recetas caseras como miel de abeja y yogur griego. Por suerte, yo seguía insistiendo. Aquí apareció Marisa, una joven internista interina que me escuchó, se saltó los protocolos y, aunque fue más que una sorpresa un sorpresón, puso nombre a lo que tenía. Aún recuerdo como me lo dijeron con mucha humanidad: “mala noticia, tiene células; buena, es pequeño”. A mí solo se me escapó ¡mi madre! ¿Cómo se lo digo? ¡Esto sí se la carga! ¡Ay Dios, mis hijos!

A partir de ahí, todo fue muy rápido. Operación, todo muy bien, de nuevo sorpresa, quimio y radio. Pensé que ya había llorado bastante con mi padre y creí que tenía que guardar todas mis fuerzas para la quimio. Me marqué las fechas y objetivos a cumplir: no saltarme ni una quimio y terminar justo con todo antes del verano para ir a la playa. Así fue, lo cumplí. Mi meta y mi sueño era a más largo plazo, mi padre me había enseñado a ser más exigente, ver a mi hija el día de su graduación al terminar la carrera, que empezó ese mismo año de mi tratamiento. Y lo conseguí, LA VI. También vi después a mi hijo graduarse tras terminar el bachiller.

Vivirlo yo me ha dado la experiencia suficiente para decir que me gustaría cambiar el mito cáncer = muerte, porque no siempre es así. También la llamada conspiración del silencio familiar con respecto al paciente aunque sea con toda la buena intención de protegerlo, porque para muchos como yo es importante poder hablar. A mí me ayudó mucho conocer y hablar con personas que han pasado por lo mismo. Me hizo sentirme comprendida, porque en esta enfermedad familiar y paciente sufren mucho. Y no me gusta nada escuchar “murió tras una larga enfermedad”, tampoco me gusta cuando dicen “pacientes de larga duración”. Por otra parte, quisiera pedir, por favor, información desde un principio, no siempre preguntar es sinónimo de miedo. Al contrario, es querer saber qué podemos hacer para decidir por nosotros mismos. Reír, súper importante, yo me reía hasta de mí misma, de mi aspecto, calva, hinchada y con ojitos de sapo como decía mi compañera y amiga Lola. ¡Cómo me iban a conocer los demás si no me conocía ni yo! Conseguí sonreír con eso. A pesar de no tener a mi familia aquí en Málaga, nunca me sentí sola, pues sabía que estaba en sus pensamientos.

Deciros, que sí, lloré, pero fue el día que acabé todo el tratamiento. Esta vez lloré de felicidad. Había acabado, me sentía bien ¡y por fin libre! Al cáncer le tengo mucho respeto. Y me producen  miedo los recortes en sanidad, los protocolos, en los que un día me vi atrapada y no sabía cómo salir de ellos, eso sí nos hace mucho más daño a los pacientes y a los grandes profesionales que tenemos, que no los deja hacer y usar la tecnología y los medios que tienen a su alcance. Pasar por ello es duro, largo y difícil, pero mi lema es: ¡Sí, se puede! La frase que me ayudó durante la quimio, una más y una menos.

Dar las gracias a mi madre, por ser como es, por sus calditos que me calentaban el alma; a mi hermana, por acompañarme durante la quimio; a mi hermana pequeña, que me encantaba oírla cada mañana decirme: “¡Buenos días! ¿Se ha despertado ya mi Bella Durmiente?” Pedir perdón a mi hermano por no saber cómo decírselo, sabía que le iba a doler mucho. Gracias a mis amigos por ser tan estupendos como son. A mi hija, porque no imagino lo difícil que tuvo que ser seguir estudiando dadas las circunstancias. Y por acompañarme en mis paseos y hacérmelos amenos contándome lo que había aprendido. A mi hijo, por sus cola caos calentitos. Y al resto de mi familia. A mi oncóloga Nuria por recibirme siempre con una tierna sonrisa. A Mariló Toledo por ofrecerse a ser mi radióloga. A mis compañeras y amigas Yoli y Lola y a todo ese montón de personas valientes que conocí durante y después del cáncer. Gracias a mis compañeras y al increíble equipo Rose Project que han conseguido que mi familia pudiese hablar de ello y superar la rabia. Gracias Valle por tu bonita sonrisa y por ser una heroína. Gracias a Clara Santiago por su proyecto Sincrobox. Y por último dar las gracias a los que yo llamo mis ángeles protectores: mi tía Rafi, mi tío Miguel, mi tío Manuel, mi tía Gracia, mi primo Rafa y a mi padre. Él me enseñó lo importante que es el sentido del humor, me hizo confiar y pensar, que aunque haya una muy pequeña posibilidad, merece la pena arriesgarse.  Me ayudó a superar mi miedo a perderlo a él y entender que mi amor siempre podría más. Su mirada me transmitía toda la fuerza que tenía. Siempre me sentí muy querida por él, lo echaré mucho de menos el resto de mi vida.

“Lo que uno cuenta de su pasado le va dando forma a su futuro”.

Afectada de cáncer

Siéntete bien, afróntalo con optimismo y vive sin miedo