El problema se produce cuando nos quedamos “enganchados” en ese punto de ir rememorando los malos momentos, reexperimentando un gran malestar. En vez de concentrarnos en cómo lo solucionamos anteriormente y poder poner esas estrategias de nuevo en marcha.
Además, la tristeza sirve para volvernos más solidarios, ser más altruistas, detenernos para cuidarnos, aprender de los errores, asimilar una pérdida y valorar los buenos tiempos.
La ventilación de esta emoción es el llanto. La expresión facial es de preocupación y seriedad, las cejas se elevan por la parte inferior, fruncimos el ceño, los labios descienden y llegan a temblar. Sin embargo, podemos no mostrar estos rasgos físicos externos y sentir apatía, decaimiento y desmotivación internas.
Suele existir un sentimiento de falta de algo, de vulnerabilidad, ánimo bajo, sentimiento de soledad, incomprensión, aislamiento, desconexión con los demás, falta de humor, melancolía, añoranza, amargor, sentimiento de estar atado al pasado o de no tener futuro. Podemos encontrar a la tristeza en diferentes partes del cuerpo. Lo más habitual es que el malestar que genera lo puedas localizar como una presión en el pecho, un nudo en la garganta, pesadez en los hombros, debilidad, fatiga en el cuerpo, sensación de vacío o falta de energía.
La tristeza tiene diferentes grados de intensidad. Puede ir desde un ligero malestar a un profundo dolor emocional. Empieza con un estado intermedio de flojera, desánimo, pesimismo, desmotivación, apatía, desesperanza, hasta alcanzar su máxima intensidad que sería la depresión. Es una emoción con la que hay que tener paciencia y dedicarle un tiempo para descargarla. Esto te permitirá procesar todo el malestar que te está ocasionando esa situación tan impactante, como es ir superando las diferentes etapas de tu enfermedad.
Como ves, todo lo que trae la tristeza no es malo. Nos permite tomar conciencia y acceder a aspectos más profundos de nosotros mismos, tanto de nuestro pasado como del momento actual, para valorar las cosas que realmente nos importan y tienen sentido.
Lo primero que podemos hacer para descargarla, aunque resulte obvio, es darte cuenta de que tienes derecho a sentirte triste. Permítete llorar y descargar todo el malestar que enfrentar un cáncer genera. Te sentirás mucho mejor después, seguirás pasando a otras etapas emocionales que te permitirán seguir creciendo.
Se acabó aquello de “yo no puedo derrumbarme”. A veces en la vida hay que tocar fondo para poder coger impulso, porque si al final no lloras, te inundas.
Recuerda que tú no eres tu tristeza, es un estado pasajero que te permite aprender. Pero si esta emoción ha estado contigo demasiado tiempo y/o de forma muy profunda es el momento plantearte seriamente consultar con un profesional. Es posible que te esté costando expresarla, que su intensidad sea desadaptativa, o que estés en un estado depresivo que requiere de atención psicooncológica.
Préstate atención por un momento, ¿qué sientes?